Ya manosié esta cuestión en una entrada anterior. No faltará al que le suene fachistoide, exagerado, rompepelotas y hasta con tintes histéricos. Sin embargo, opino que a todos nos sucede más o menos lo mismo: Odiamos que el mundo no esté diseñado de acuerdo al pedo que nos dá vueltas como vaca en celo dentro del balero. De todos modos, y sin perder de vista lo espinoso de la cuestión, vuelvo a la carga sobre el asunto de las manías, obsesiones, tics o como mierda quieran llamarle.
Esos pequeños caprichos con los que uno rompe las pelotas de los seres que lo rodean.
Mi humilde y odioso listado:
- Odio el contacto físico con extraños en lugares públicos, en especial en el transporte. No importa el género del invasor. ¡No me toquen, carajo!
- Si voy de visita a una casa en donde hay una repisa con muñequitos desordenados, haré lo imposible para, sigilosamente, acercarme y formar una hilera perfecta. ¡Tomando distancia, señores!
- Los archivos de la computadora deben tener todos, sin distición de raza ni credo, su respectiva extensión en letras minúsculas. Con los mp3 soy especialmente riguroso: Todos deben, además de tener el nombre del intérprete perfectamente escrito, la data del año en que se editó originalmente el disco y el nombre del álbum. Que lo parió, buscar esa data me encanta.
- Luego de tomar una ducha, el baño debe quedar en impecables condiciones. Con sus azulejos y cerámicas perfectamente secos y libres de cualquier elemento perturbador como ser toallones recién usados, bollos de ropa para lavar o potes de shampoo chorreados. Ni hablar del espejo, quien debe ser una invitación a usar anteojos negros.
- Detesto el contaco físico también en el laburo. Me resultan asquerosamente insoportables aquellos que vienen a preguntarte algo y que, a modo de empatía, te apoyan la mano en el hombro o similar, o te ponen cara de oveja degollada cuando requieren de los conocimientos de uno para salirse de un quilombo.
- Me muerdo los labios cuando estoy nervioso ¿y que?
- Es in-so-por-ta-ble estar conversando con alguien y que ese alguien esté tac-tac-tac-tac-tac, tipeando sms's con el puto celular cada dos minutos. Me dan ganas, demasiadas ganas de meterles el maldito teléfono por el orto y que se les salga por la oreja.
- Absolutamente deleznable es conversar con alguien que no para de mascar chicle. Más cuando se trata de personas que superaron larga y notoriamente la barrera de los 40. Los pendeviejos me resultan patéticos.
- El dentífrico se utiliza de abajo para arriba, apretar en cualquier lado el envase es signo inequívoco de un desorden psicológico grave.
Quitando estos detalles y cierta tendencia hacia la misantropía, soy una ricurita. Te juro. :P