domingo, 9 de noviembre de 2008

Un millón de amigos




No tengo muchos amigos.
No sé porque. Nunca me lo plantée y la verdad es que tengo cero conflictos con eso. Osea, no me preocupa. No soy malo. Al menos eso creo o me hacen creer. Soy inconstante y un poco parco. No soy el tipo de persona que va a contagiarte entusiasmo. Pero, tampoco voy a andar hurgando en tus dolores como para ayudar a deprimirte.
Tengo un concepto extraño e incompleto de la amistad y sin tener demasiada explicación para eso, ejerzo mi escaso don de gentes sin medir demasiado las consecuencias. El que quiera, que se sirva. Y el que no, que pase de largo y a otra cosa... ¿para qué vas a sentarte a comer mondongo, cuando en realidad no te gusta? Conmigo pasa lo mismo: no te voy a chupar las medias para caerte en gracia. ¿Te gusta como soy? -quedate- ¿No te gusta? -tomátelas y cerrá la puerta que no es carpa-.
Sí, ya sé que es una lógica sin matices. Pero es así. A veces me siento abrumado por mis propios preconceptos, pero como dije antes, sin llegar al conflicto. Que le voy a hacer. No tiene otra forma. No tiene otra explicación.
A pesar del panorama sombrío, hay algunas personas que me han durado a través de los años y los vaivenes. Y me gustaría hablar un poco de ellos.

Ahí está Víctor y su exilio en San Luis. Nos conocimos laburando en una empresa que para mí significó el primer acercamiento serio con la tecnología y también la vez que encontré la horma de mi zapato porque este turro y quien escribe parecemos calcados o cortados con la misma tijera. Que mierda: iguales.
Mirándolo a la distancia, es casi un milagro (y te juro que no creo en milagros) que seamos amigos. Porque a los dos nos chupaba un huevo si al otro le interesaba o no. Pero que va, tanto intercambio de datos sobre clientes, que mirá este programa, que cómo puede ser que el puto del programador haga esto, que...ah... mirá vos...¿así que te gusta esto? -a mí también-. Y así fuimos encontrando pequeñas coincidencias que con el tiempo nos hicieron compinches.
La cagada es que al tiempo de hacernos inseparables, la empresa en cuestión explotó (remember De La Rúa days)y todos nos quedamos en Pampa y la vía. Resultado: nos alejamos un poco, cada uno sobrevivió como pudo y en ese resistir, Víctor se casó y se fué a vivir a San Luis. Supongo que debe importarle tres mierdas que lo extrañe, pero ese es otro tema (ja ja ja)

También está Raúl. La historia con Raúl se remonta hacia 1985, época en la que quien te escribe andaba con sus dilemas a flor de piel: La secundaria se había terminado el año anterior, me habían sorteado para el servicio militar. Me había tocado Fuerza Aérea y sentía que el mundo se venía abajo. Por aquellos días había conocido (no sé como, pero como muchas otras situaciones de mi vida... no tiene explicación) a un grupo nuevo de gente de entre quienes sobresalía claramente un tal Alfredo. La cualidad del tal Alfredo que causó interés en mí, era la siguiente: el tipo cantaba excepcionalmente bien y tocaba como pocos la guitarra. Raúl y Alfredo, por si todavía no lo descifraste, eran hermanos y no eran gente muy común que digamos, al menos para mis estándares de aquella época...
Estos tipos eran el monumento al desaliño. Desordenados, tranquilos hasta la exasperación, causaron en mí un profundo impacto. Claro, yo era un nenito de 18 recién salido de un colegio privado, siempre arreglado, perfumado, apurado y siempre pendiente (gracias mamá) del qué dirán. Osea un auténtico pelotudo ¿o no?. Esta gente se ponía medias de diferente color, se rascaban la nariz en público y no tenían ningún problema en salir despeinados a la calle.
Así el tiempo fue pasando (en otro momento contaré lo que sucedió con Alfredo...) y me dí cuenta que en Raúl, mi querido Raúl, encontré al compinche perfecto. Nos pasábamos madrugadas enteras tratando de descifrar al mundo y porque las minas adoran el color rosado. Raúl es el tipo de amigo que viene y te habla y te nivela la balanza.
Se casó, tuvo hijos, se dió cuenta que la mina era una garca y se separó (eso no descalifica al resto de los uruguayos, Selma). Se volvió a juntar y se volvió a separar. Hace mucho que no lo veo y la verdad es que lo extraño. Mucho.
Puto del orto, si estás leyendo esto, dejame un comentario para poder ubicarte...

Después está Angel. Uhhhhhhhhhhhhh, Angelito es un tipo raro, muy raro. Es más bueno que Lassie dopada y con bozal. Pero que se yo. Mirá como será de rara la cosa que somos amigos desde hace más de 20 años y no sé donde vive. No sé de que mierda te reís. Así y todo me dió tantas veces la mano que no me alcanzaría un rollo de papel higiénico para escribirle muchas veces gracias. Te quiero Angelito. Sos raro pero sos una maza.

En mi laburo tengo algunos compañeros con quienes tengo cierta amistad y de quienes rescato una pila de afectos y valores que me demuestran todos los días: 
Bruno (nunca voy a conocer el tono original de tu cabello...), 
Blacha (la veterinaria más linda y colorida que se te pueda cruzar...), 
Marina (La Rubia, una tipa que vale oro y que además está buenísima), 
Wanda (estás totalmente chiflada... lo peor es que te jactás de eso), 
Paula (psicóloga y mujer sensata como pocas...), 
Emi (un contador macanudísimo... raro ¿no? ja ja ja)
Y además: Mauro, Naza, Mica, Antonella, Diego, Angie y Martín.

Los quiero a todos. 

(después hablo de la Zorra y el Sarlanga)


Hasta luego

1 comentario:

Anónimo dijo...

que te pasa fish te dio un ataque de sentimentalismo es raro en vos eso pero te felicito y me alegro.tu funky wife